A través del tiempo la figura del maestro se considera un
papel importante para la sociedad ya que en ella se confía el saber que se adquiere
y que influye de algún modo en la personalidad y carácter intelectual del
estudiante, pero por otro lado, también se lucha contra esa imagen de autoridad
que parece doblegar la voluntad propia,
alineando lo que en primera instancia pareciera ser obligado de hacer o
estar.
Sin embargo, el ser maestro no es una cosa meramente académica,
es también una forma de atribuirse el compromiso de compartir esa experiencia
que uno posee ante el más joven de sapiencia como lo hiciera un padre, una
madre o una persona mayor, ya que el objetivo principal es que se perfeccionen
las acciones de lo que se intenta mejorar en un mundo cambiante y exigente,
simplemente de no cometer repetidos errores. Aunque en la docencia, el maestro
justamente puede reflejar eso: la falta o el ideal de lo que se pretende
lograr.
Para complementar lo anterior Sigmund Freud refiere en su
escrito “Sobre la Psicología del Colegial” (1914) un apartado en el que figura
la impresión que solemos tener de nuestros maestros:
“Los cortejábamos o nos apartábamos de ellos; imaginábamos su
probablemente inexistente simpatía o antipatía; estudiábamos sus caracteres y
formábamos o deformábamos los nuestros, tomándolos como modelos. Despertaban
nuestras más potentes rebeliones y nos
obligaban a un sometimiento por completo; atisbábamos sus más pequeñas
debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su saber y su justicia.
En el fondo, los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para
ello; mas no sé si todos nuestros maestros nos lo advirtieron. Pero no es
posible negar que teníamos una particularidad animosidad contra ellos, que bien
puede haber sido incómoda para los afectados. Desde un principio tendíamos por
igual al amor y al odio, a la crítica y a la veneración. El psicoanálisis llama
a esta propensión por las actitudes antagónicas; tampoco se
ve en aprietos al tratar de demostrar el origen de semejante ambivalencia
afectiva”. (1)
A lo anterior es interesante apreciar que de algún modo uno
en posición de estudiante pudiese haber tenido esas manifestaciones afectivas y
es que, es inevitable mencionarlo, quizá mucho de nuestro estilo de trabajo
puede estar influido por alguna acción de nuestros maestros. En el caso propio,
he de confesar que mucha de mi retórica fue adoptada por un maestro que siempre
disfruté de sus clases, me atrapaba la forma en que explicaba e interpretaba los
temas abordados, quise ser como él y por el contrario, también evito realizar
ciertos hábitos de quienes no me agradaban. Y a lo último puedo decir una cosa:
no existen los “malos” maestros, porque incluso del más ineficaz uno puede
aprender algo importante y es lo que no debes hacer.
Es por ello, que nuestra labor ha sido controversial, somos
responsables de lo que decimos o enseñamos, somos focos de atención y no es
sencillo, de un momento a otro somos héroes y villanos, pero hay que tener
claro esto: que la influencia que irradiamos aunque sea casi imperceptible es
una afección en el otro que tendrá una respuesta en su futuro. Tenemos una de
las labores más nobles y más importantes en la sociedad; esa labor radica en la
formación de criterio en los jóvenes. Es lo único que los hará capaces de
confrontar su realidad con el mundo que intentan hacer mejor para ellos y por
ende el de todos. Así que hay que sentirnos orgullosos de poder brindar esa
oportunidad porque de eso está nuestra satisfacción también.
1 Freud, Sigmund (1914) “Sobre la Psicología del Colegial”